Hace treinta años, cuando el término renovable casi no existía, Pedro Armando Vallejo hizo un curso de energía solar por correo y se volvió especialista. Lo recibió Gorbachov, lo invitaron de la Nasa y de Cuba. Hoy vive en Lobos rodeado de sus cientos de inventos.
Por Cicco
Mal día para visitar al señor al que todos en el pueblo conocen como «el hombre solar». Acá llueve a cántaros y el pronóstico dice que las cosas no van a mejorar. Pero a Pedro Armando Vallejo las nubes no lo detienen. Ya lo dice el refrán: el Sol siempre está. Y Vallejo también. Los nubarrones cubren los doce paneles solares que abastecen de luz y calientan el agua de su casa en Lobos, donde vive, a cien kilómetros de Buenos Aires. A él le importa poco esto de la lluvia. Empezaría a preocuparlo si se sucedieran quince días consecutivos a pura nube y ni un solo rayito solar. Pero, bueno, ni siquiera las nubes pueden parar al Sol. «Aunque vos veas nubes, sigue habiendo rayos ultravioletas que son captados por el panel. No están trabajando al máximo, pero funcionan al 40%. En España, ya el 70% de la energía viene del Sol y del viento. Señal de que funciona, ¿no?».
Por si fuera poco, y para mantenerse en forma, Vallejo pedalea una hora, todos los días, en su bici fija. No solo se entrena para correr en ciclismo en su pueblo -tiene premios y medallas-, sino que toda esa energía liberada la emplea para cargar las baterías de la casa. «Pedaleás una hora y tenés luz para toda la noche», dice él, delgado, fibroso, menudo, contento. «Es energía limpia, económica, ecológica y sustentable».
Vallejo no es cualquier hombre dedicado a la energía renovable, actualmente un tema en boca de medio planeta. Él fue el primero. Al menos, en Sudamérica. En los 70, cuando la gente fumaba como chimeneas en los restaurantes y que no fueran a decirles ni mu, cuando el medio ambiente era un concepto que usaba un puñado de locos en países del Primer Mundo, Vallejo pensaba en cuidar el agua y evitaba dejar lamparitas encendidas.
Hay que decir que el futuro hombre solar no era ingeniero. No militaba en Greenpeace. Vallejo se dedicaba a vender galletitas en almacenes -sobrevivió quince años en el rubro-. Nació en un lugar minúsculo llamado Norberto de la Riestra, en el partido de 25 de Mayo. Y se crio en otro paraje, La Blanqueada, en las afueras de Navarro, el pueblo gaucho donde se paseó Juan Moreira. Vallejo, en el grupo de amigos, era distinto. Siempre lo fue. Cuando convaleció nueve meses por una hepatitis, diseñó cuadros con los nombres de sus amigos y los insertó con la forma de automóviles, y uno por uno se los fue obsequiando para refirmar su papel en el grupo: y sí, no había otro como él.
En 1980 montó su primera bici eléctrica. Un trabajo de preso que le llevó un año. Le anexó unas baterías y salió andando, feliz de la vida. Por esos años, cuando internet aún era un sueño, se apuntó en un curso a distancia de energía solar y renovable en la Universidad de Hamilton State. En pocos meses, le vino en sobre el diploma -fechado en 1980-, que hoy Vallejo puso en cuadrito aquí en su local, al lado de los dos modelos de calefones solares, entre los ocho tipos de faroles, en medio del muestrario de lamparitas, y en la pared de enfrente, un retrato de su ídolo: Einstein, el rey de los distintos.
«Vallejo es el comienzo del comienzo», dice Rolando Czerwiak, su socio solar, quien lo conoce desde hace treinta años, cuando Rolando trabajaba en el INTA. «Entonces, en los 80, había alguna gente que hacía cosas con energías alternativas, pero en menos de un año desaparecía. No era para vivir de la energía renovable. Pero Vallejo fue perseverante. Armando era un innovador porque había viajado por el mundo. Con las crisis, este mercado se hizo cada vez más fuerte: la gente del poder empezó a interesarse y a querer traer las cosas del mundo desarrollado. Con Vallejo hicimos juntos grandes licitaciones para darles energía solar a escuelas de campo. Él vive en Lobos, pero irradia para todo el mundo».
Como Forrest Gump
Vallejo no se anda con chiquitas. Rusia es el primer país a nivel mundial en concentración parabólica solar. Y cuando llegó de visita el ex presidente Mijaíl Gorbachov, Vallejo infló el pecho y solicitó una reunión privada. Y, oh, santa mamushka, la obtuvo. Tras escuchar los inventos de Vallejo y sus inquietudes sobre cómo diseñar un calefón solar, Gorbachov -que cobraba US$ 300 las charlas y a él le dio la entrevista privada y gratis- lo puso en contacto con los institutos que estudiaban la energía solar en Rusia. «Me faltaba calibrar unas graduaciones para que funcionara mi cocina», se acuerda Vallejo. «Los rusos son macanudos, como los cubanos, viste. Gente abierta, servicial». Gracias al contacto con los rusos, Vallejo estrenó en 1991 la primera cocina que funcionaba con energía solar del país: una parabólica reflectiva cromada, como la antena de Direct TV, pero en lugar de mostrarte fútbol en vivo, te llena la bañera a punto sauna.
Pero eso no fue nada. Vallejo picó aún más alto. Ya los avances del mundo y la tecnología rusa le quedaban chicos. Él, en su mente, mientras vendía galletitas por el pueblo, concluyó que, para sus diseños, lo que necesitaba era tecnología espacial.
A través de la Asociación de Energía Solar de la Argentina, viajó a Cleveland, Ohio, y tuvo un encuentro con el mismísimo Dennis J. Flood, capo de la NASA , el hombre que llevó la tecnología fotovoltaica a las misiones espaciales. Enternecido por ese argentino entusiasta, Flood lo invitó a la estación de lanzamiento, en Cabo Cañaveral. Vallejo visitó la NASA, vio simulacros de lanzamiento y regresó a su pueblo, embalado. «Pensá que los satélites se manejan todos con energía solar. Imaginate la energía que necesitan en esos paneles. Ellos en la NASA están a la cabeza de la tecnología». Visitándola por dentro, el hombre solar argentino tomó nota, recogió folletos, libros. «La Argentina aún es casi virgen en materia de energía renovable. En Europa te dicen que es una obra chiquita y hablan de instalar 1.500 paneles». Vallejo se pasea por su local en camisa a cuadros y alpargatas. «En Japón la Mitsubishi, que es una fábrica gigantesca, funciona 100% con energía solar. Para que te des una idea de hasta dónde puede llegar esto. Pero, sin ir más lejos, en Chile tienen toda la cordillera atiborrada de molinos de viento. Ellos usan la energía eólica mejor que nosotros. Una vez, un profesor concluyó que si desde Río Negro hasta Ushuaia se colocaran molinos, habría energía suficiente para abastecer dos veces la energía pico de los Estados Unidos. Una locura de potencial desaprovechado que tenemos».
A lo largo de su carrera, Vallejo llevó energía solar a cabañas en Punta del Este y Cabo Polonio, a hosterías del Sur y a una papelera, Masud. Y luego llegó su viaje triunfal a Cuba en 2007. Vallejo se contactó con el departamento del gobierno de Fidel, responsable del área de energía, y allá fue. Les dio un cursito sobre cómo la energía solar iba a cambiar el mundo. Un capo.
El hombre solar
Y acá está ahora Vallejo, perfil bajo en el pueblo de Lobos, buscando hacer andar un autito a energía solar. «La pucha, no anda; hay muchas nubes», dice él, resignado. «No puedo hacerlo incibir». ¿Incibir? What? «Sí, incibir. Que capte la energía solar». Este autito que hoy no funciona es del tamaño de tres hormigas negras en fila india y sale US$ 55. Una ganga para obsequiar a sus hijos, e ir así instruyéndolos en que no todo en la vida es cable y enchufe: la energía también pasa por otra parte. Y, lo que es más alucinante para enseñarles, la energía es libre. Y gratis.
Vallejo también ofrece llaveros solares con led a $190, linternas solares a $295 y encendedor solar de cigarrillos a $70. En el showroom construyó un baño modelo para que la gente vea lo que es capaz de hacer la luz solar. Usó dos luces led y una magnética conectadas con paneles y ladrillos transparentes con colores de la bandera wiphala, los aborígenes del altiplano. Afuera, un sensor de fotocontrol enciende las luces del baño cuando llega el atardecer y las apaga al amanecer. «Las luces de led, además, te permiten ahorrar 80% en comparación con la luz convencional y tienen 100 mil horas de garantía lumínica. Antes usaba luces de bajo consumo, pero tienen mercurio y cuando se rompen son un peligro. Y tienen un impacto fuerte en el medio ambiente».
Vallejo tiene en fila, en su local, sus modelos de bicis eléctricas, paneles y calefones solares. Por si está interesado, uno de ochenta litros para una familia tipo le sale US$ 1.200 al cambio oficial. Uno de 120 litros, US$ 2.100. Tiene cuarenta años de garantía. «¿Sabés en cuánto se amortiza el gasto? En un año y medio. Nada».
Seguir en carrera
Pero el futuro de Vallejo no está en este showroom, con bandera de la ecología y bandera argentina, inmaculado e iluminadísimo por donde se lo vea, sin un solo cable a la vista. Le decía, el futuro no está aquí. El futuro está en su taller, acá a la vuelta nomás. Un garaje reciclado. Con herramientas por todas partes. Cajones y cajitas, latas y latitas. Su sueño es este auto de carrera aquí a un costado, a medio hacer. Un proyecto que espera terminar desde hace veinte años. «Ya tengo todo, las baterías, el motor. Lo que no tengo es tiempo para ensamblarlo -cuenta-. Es un homenaje a Juan Manuel Fangio, mi amigo. Siempre lo visitaba en su concesionaria, y él me transmitía todo lo que sabía de manejo en pista. Lo voy a llamar Vallejo JM F 5».
El hombre solar es un optimista: después de años de idas y vueltas, jura que tendrá funcionando su auto solar de carrera para fin de año. «Para que funcione tiene que pesar menos de 120 kilos. Si no, no es eficiente para competir». Para 2016, quiere estrenar una pick up solar: ya tuvo dos catamaranes a sol que vendió hace un año.
Y ahora, la pregunta del millón, que usted, lector, se hará o, si no se la hizo, olvidó que la tenía en mente. Y la pregunta es: ¿cuánto le viene a Vallejo de luz? Vallejo se encoge de hombros como si fuera algo que ni tiene en cuenta: «Ciento ochenta pesos», dice el hombre solar, trayendo la boleta. «Es casi el mínimo. Menos no se puede».
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