Abrió un taller literario en un lugar inusual para el rubro: un negocio a la calle. “Creo que no existe nada igual”, dice.
Por HERNÁN FIRPO
Por más que Gonzalo no tenga una idea claustrofóbica del arte y esté aquí cautivando desde la confusión, negocio y literatura nunca se llevaron bien, y vos que anduviste recorriendo editoriales para que tu novela digital encuentre tapa y contratapa, lo sabés mejor que nadie. “Abrí este año, en enero y, sí, tengo problemas para describir el rubro”, sonríe e invita a pasar.
Gonzalo es contador, tiene 27 años y acredita una formación paralela vinculada a la administración de empresas. Cuando habla de convertirse en “novelista establecido” te da un poco de impresión y la cara de impresión no se puede disimular. “¡Pero estudié corrección literaria! –dice con entusiasmo redentor–. Y respecto de esta actividad tengo una formación más bien autodidacta (…) Me interesa facilitar un buen servicio, rompiendo con el esquema conocido de Palermo. Ahí ya no caben más librerías y yo quería algo distinto, desarmando el ámbito cálido, de maderas y todos esos implementos”.
Si está probado que nadie puede pasarse más de 12 minutos delante de ninguna vidriera sin que un vendedor salga a tu encuentro, Gonzalo es de los más ansiosos. A su favor está que no dedica su vida a la compraventa tradicional. El negocio de mitad de cuadra es el emprendimiento de un comerciante decoroso. Literatura, decíamos.
Gabo cree en la disciplina y Gonzalo –¿será porque lo dos empiezan con G?– seguro que apoya lo mismo con su taller de creatividad y expresión literaria para adolescente (viernes de 17 a 18.30) o sus cursos de escritura humorística, una vez por semana, dos horas cada encuentro. Escribir puede ser un oficio, como cree Isabel Allende: ir a un taller, tener una silla de escritor –en la avenida Belgrano llegaron a la conclusión de que si hay escritorios, también debe haber sillas para escritores–. “El mío es un local frío, poco acogedor, muy poco literario. Eso, exactamente eso, es lo que le da seriedad, creo”.
Pero la gente no entiende muy bien. Un pibe confunde el espacio literario con una imprenta. Perdón, señora –pidiéndole perdón a una señora que camina por Billinghurst– ¿para usted qué es esto? “¿No es una imprenta?”. Señor, buenas tardes, lo molesto del diario Clarín :¿Qué cree que funciona en este sitio? “Una fotocopiadora”.
Este local donde ahora hay seis personas sentadas alrededor de una mesa debería denunciar a todos los demás por competencia desleal. “Escritura poética”, “lectura en voz alta”, “cursos de introducción a la escritura narrativa”… Es más, debería ser estudiado como uno de los esfuerzos más conmovedores de la mercadotecnia toda.
“Genero curiosidad. Mucha gente pregunta de qué se trata. Ojo, me doy cuenta de que tengo que hablar bastante para que sepan qué es todo esto. Es un trabajo con limitaciones. No vendo galletitas, celulares. Ni siquiera vendo libros. Los que vienen buscan escribir por placer, hobbie, terapia. Mucha gente quiere escribir novelas. Es gente lectora que prefiere expresarse escribiendo y dejar su impronta. Yo comparto: verbalmente, las cosas siempre empeoran”.
http://www.clarin.com/ciudades/capital_federal/Vende-literatura-libreria_0_562143948.html
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